El arte nos mantiene unidos

Nací en Caracas y desde 2008 vivo en Barcelona. Es mucha la distancia que me separa de mi familia. Mi patria en mis zapatos, eso dice una canción de El último de la fila, y yo así lo siento.

Cuando uno sale de su tierra y sabe que no volverá en muchísimo tiempo uno tiene que estar dispuesto a luchar con la melancolía, los recuerdos, con haber dejado de escuchar los acentos conocidos y comer las comidas de casa de siempre.

De pronto, todo es distinto, es a veces más duro y otras más estimulante. Los cielos tienen otro azul y hasta uno mismo se contempla al espejo diferente.

En Europa, en Barcelona, pude empezar de nuevo. Fui retomando poco a poco mi oficio de siempre: cubriendo reportajes, noticias, eventos… En lo creativo, sin ser consciente, fui desarrollando una manera de mirar nueva.

Soy especialista audiovisual pero aquí empecé a trabajar más con la imagen fija. Mirar por un objetivo condiciona la mirada. A veces, al editar, te sorprende una fotografía con un detalle que nunca viste en directo. Esa es la magia del oficio.

En estas tierras desde hace años estoy construyendo un proyecto de fotografía nocturna de lugares antiguos y medievales. He descubierto que como más disfruto es haciendo fotografía de calle y, sobre todo, de noche. En la soledad y el silencio de la oscuridad todo se torna distinto, las calles y lugares te cuentan una verdad que en el ruido y traqueteo del día es imposible escuchar.

Esta primavera después de más de 10 años me vino a visitar uno de mis primos desde Venezuela. No hicimos en los días que estuvo otra cosa que no fuese hablar, comer y caminar por Barcelona y Girona, las dos ciudades que mejor conozco.

Vi en su cara el mismo asombro que se debía ver en la mía cuando llegué. Y es que para los latinoamericanos el descubrimiento de la arquitectura europea y sus murallas y puentes de piedra es algo difícil de explicar. Es la visión de un legado que en nuestros países no tenemos.

Quiero dedicar este escrito a mi familia, pero sobre todo a mis mayores, a quienes nos enseñaron a mis primos, mis hermanos y a mí las primeras lecciones de la vida.

Mi primo nunca podrá imaginar la alegría que recibí cuando me envió por WhatsApp las fotografías de algunos de mis tíos posando al lado de mis fotografías, las que él se llevó para compartir con ellos como recuerdo y regalo de mi parte.

Si el arte sirve para algo es para unir a las personas, de eso no hay duda. Saber que algunas de mis fotos están ahora con ellos en sus casas me hace muy feliz. Es como haber cerrado el círculo. Seguimos unidos.

 

 

 

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